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La mujer miró hacia el árbol.

—¿Eres la madre de los ladrones, tú ?—preguntó el otro.

—¡Madre de los ladrones!—repitió Sisa maquinalmente.

—¿Dónde está el dinero que te han traído anoche tus hijos?

—¡Ah! el dinero ...

—¡No nos lo niegues, que será peor pára tí!- añadió el otro.- Hemos venido para prender a tus hijos y el mayor se nos ha escapado; ¿dónde has escondido al menor?

Al oir esto, Sisa respiró.

—¡Señor!— contesto;—hace muchos días que no he visto á mi hijo Crispín: esperaba verle esta mañana en el convento y allí solamente me dijeron que...

Los dos soldados cambiaron una mirada significativa.

—¡Bueno!—exclamó uno de ellos;—danos el dinero y te dejaremos en paz.

—¡Señor!—suplicó la desgraciada mujer;—mis hijos no roban aunque tengan hambre: estamos acostumbrados á padecerla . Basilio no me ha traído di un cuarto ; registrad toda la casa y si encontráis un solo real, haced de nosotros lo que queráis. Los pobres ¡no somos todos ladrones!

-Entonces,—repuso el soldado lentamente y fijando sus miradas en los ojos de Sisa—vienes con nosotros; tus hijos ya procurarán parecer y soltar el dinero que han robado. ¡Síguenos!

—¿Yo?... ¿seguiros? -murmuró la mujer retrocediendo у mirando con espanto los uniformes de los soldados.

—Y ¿por qué no?

—¡Ah! ¡compadeceos de mi!—suplicó casi de rodillas.—Soy muy pobre, no tengo ni oro, ni alhajas que ofreceros: lo único que tenia me lo habéis sacado ya, la gallina que yo pensaba vender... llevaos todo lo que encontréis en mi choza, pero dejadme aquí en paz, ¡dejadme aquí morir!

-¡Adelante! tienes que venir, y si no sigues á gusto te ataremos.

Sisa rompió en amargo llanto . Aquellos hombres eran inflexibles.

—¡Dejadme al menos ir delante a una distancia—suplicó cuando sintió que la cogían brutalmente y la empujaban.


Los dos soldados se conmovieron y conferenciaron entre sí en voz baja.

—¡Bien ! -dijo uno;—como de aquí hasta que entremos