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principiar la construcción de un pequeño edificio para servir de escuela, pues no hemos de esperar que Dios mismo descienda y nos la levante: es triste cosa que mientras tenemos una gallera de primer orden, nuestros niños aprendan poco menos que en la cuadra del cura. He aquí el proyecto à la ligera: el perfeccionarlo será la obra de todos.

Un alegre murmullo se levantó en la sala: casi todos asentían á lo dicho por el joven; sólo algunos murmuraban:

—¡Cosas nuevas! ¡cosas nuevas! En nuestra juventud...

—Aceptémoslo por ahora,—decían los otros;—humillemos á aquél.

Y señalaban al teniente mayor .

Cuando se restableció el silencio, todos estaban ya conformes. Faltaba la decisión del gobernadorcillo.

Este sudaba, se agitaba inquieto , se pasaba la mano por la frente, y por fin pudo tartamudear con los ojos bajos:

—Yo también estoy conforme... pero ¡ejem!

El tribunal le escuchaba en silencio.

—¿Pero?—preguntó capitán Basilio.

—¡Muy conforme!—repitió el gobernadorcillo—es decir... no estoy conforme... sí, pero...

Y se frotó los ojos con el dorso de la mano.

—Pero el cura,—continuó el infeliz,—el padre cura quiere otra cosa.

—¿Paga el cura la fiesta o la pagamos nosotros? ¿Ha dado un cuarto siquiera ?—exclamó una voz penetrante.

Todos miraron hacia el sitio de donde partieron estas preguntas: allí estaba el filósofo Tasio.

El teniente mayor estaba inmóvil con los ojos fijos, mirando al gobernadorcillo .

—¿Y qué quiere el cura? -preguntó capitán Basilio.

—Pues el padre cura quiere... seis procesiones, tres sermones, tres grandes misas... y si sobra dinero, comedia de Tondo y canto en los intermedios.

—¡Pues nosotros no los queremos!—dijeron los jóvenes y algunos viejos.

—¡El padre cura lo quiere!— repitió el gobernadorcillo—Yo he prometido al cura que se cumpliría su voluntad.

—Entonces ¿por qué nos habéis convocado?

—Precisamente... para decíroslo.