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el cerebro se impriman las ideas, es menester que reine la calma, exterior é interiormente, que haya serenidad de espíritu, tranquilidad material y moral y buen ánimo, creí que ante todo debía infundir en los niños confianza, seguridad y aprecio de sí mismos. Comprendí además que el espectáculo diario de los azotes mataba la piedad en el corazón y extinguía esa llama de la dignidad, la palanca del mundo, perdiéndose con ella la vergüenza que vuelve ya difícilmente. He observado también que cuando uno es azotado, halla un consuelo en que los demás lo sean á su vez, y sonríe con satisfacción al oír el llanto de los otros; y el que se encarga de azotar, si bien obedece el primer día con repugnancia, después se acostumbra y halla un deleite en su triste misión. El pasado me horrorizó, quise salvar el presente modificando el antiguo sistema. Traté de hacer amable y risueño el estudio, quise hacer de la cartilla, no el libro negro y bañado en lágrimas de la niñez, sino un amigo que le va a descubrir secretos maravillosos; de la escuela, no un lugar de dolores, sino un sitio de recreo intelectual. Suprimí, pues, poco á росо los azotes, me llevé á casa las disciplinas y las reemplacé con la emulación y el aprecio de sí mismos. Si se descuidaba una lección , lo atribuía á falta de voluntad , nunca á falta de capacidad, les hacía creer que tenían mejores disposiciones de las que en realidad podían tener, y esta creencia que procuraban confirmar, los obligaba à estudiar, así como la confianza conduce al heroísmo. Al principio parecía que el cambio de método era implacable: muchos dejaron de estudiar; pero yo seguí y noté que poco a poco se iban levantando los ánimos , acudían más niños y con más frecuencia; y el que una vez era alabado delante de todos, al día siguiente aprendía el doble. Pronto se divulgó por el pueblo que yo no pegaba; el cura me hizo llamar, y temiendo yo otra escena, saludéle secamente en tagalo. Esta vez estuvo él muy serio conmigo. Me dijo que echaba á perder a los niños, que malgastaba el tiempo, que no cumplía con mi deber, que el padre que perdonaba el palo odiaba á su hijo, según el Espíritu Santo, que la letra con sangre entra, etc., etc.; me trajo una porción de dichos de los tiempos bárbaros, como si bastase que una cosa haya sido dicha por los antiguos para ser indiscutible; según eso, deberiamos creer que han existi-