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dre Dámaso, el cura de entonces, me hizo llamar por el sacristán mayor. Como conocía su carácter y temía hacerle esperar, subí inmediatamente, le saludé y le di los buenos días en castellano. Él, que por todo saludo me alargaba la mano para que se la besara, la retiró, y sin contestarme , empezó á reir à carcajadas, burlonamente. Quedéme desconcertado; delante estaba el sacristán mayor. Al pronto no supe qué decir; me quedé mirándole, pero él siguió riendo. Yo ya me impacientaba y veía que iba a cometer una imprudencia, pues ser buen cristiano y ser digno á la vez no son cosas incompatibles. Iba ya á preguntarle, cuando de repente, pasando de la risa al insulto , me dijo con socarroneria: «¿Con que buenos días? ¡ buenos días! ¡gracioso! ¡ya sabes hablar español! Y continuó riendo.

Ibarra no pudo reprimir una sonrisa.

-Usted se ríe, -repuso el maestro riéndose también ; confieso que entonces no tuve ganas de reirme. Estaba de pie; sentí que la sangre se me subía á la cabeza, y un relámpago obscurecía mi cerebro. Al cura le vi lejos, muy lejos; me adelanté hacia él para replicarle, sin saber lo que iba a decir. El sacristán mayor se interpuso, él se levantó y me dijo serio en tagalo: —«No me uses prendas prestadas; conténtate con hablar tu idioma y no me eches á perder el español, que no es para vosotros. ¿Conoces al maestro Ciruela ? Pues Ciruela era un maestro que no sabía leer y ponía escuela.» Quise detenerle, pero entróse en su cuarto y cerró la puerta violentamente. ¿Qué iba yo á hacer, yo que apenas tengo para vivir con mi sueldo, que para cobrar lo necesito el visto bueno del cura y hacer un viaje a la cabecera de la provincia, qué podía yo hacer contra él, la primera autoridad moral, política y civil en un pueblo, sostenido por su Corporación, temido del Gobierno, rico, poderoso, consultado, escuchado, creído y atendido siempre por todos? Si me insulta, debo callarme ; si replico, se me arroja de mi puesto , perdiendo para siempre mi carrera, y no por eso ganaría la enseñanza, por el contrario, todos se pondrían del lado del cura, me execrarían y llamarían vanidoso, orgulloso, soberbio , mal cristiano, mal educado, y cuando no, anti español y filibustero. Del maestro de escuela no se espera saber ni celo; sólo se le pide resignación, humillación, inercia, y perdóneme Dios si he renegado de mi conciencia y razón, pero he nacido en este