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que estamos, sin un poderoso concurso la enseñanza nunca será un hecho; primero, porque en la niñez no hay aliciente ni estímulo, y segundo, porque aun cuando los hubiera, los matan la carencia de medios y muchas preocupaciones. Dicen que en Alemania estudia el hijo del campesino ocho años en la escuela del pueblo; ¿quién querrá emplear aquí la mitad de ese tiempo, cuando se recogen tan escasos frutos? Leen, escriben y se aprenden de memoria trozos y á veces libros enteros en castellano, sin entender de ellos una palabra; ¿qué utilidad saca de la escuela el hijo de nuestros aldeanos ?

—Y usted que ve el mal ¿cómo no ha pensado en remediarlo?

—¡Ay!—contestó moviendo tristemente la cabeza;—un pobre maestro, solo, no lucha contra las preocupaciones, contra ciertas influencias. Necesitaría antes que todo tener escuela, un local, y no como ahora que enseño al lado del coche del padre cura, debajo del convento. Allí los niños que gustan de leer en voz alta, incomodan , como es natural, al padre, que a veces desciende nervioso, sobre todo cuando tiene sus ataques , les grita y me insulta á mí á veces . Comprenderá usted que así no se puede enseñar ni aprender; el niño no respeta al maestro desde el instante en que le ve maltratado sin hacer prevalecer sus derechos. El maestro, para ser escuchado, para que su autoridad no se ponga en duda, necesita prestigio, buen nombre, fuerza moral, cierta libertad , y permítame usted que le hable de tristes pormenores. Yo he querido introducir reformas y se han reído de mí . Para remediar aquel mal de que le hablaba, traté de enseñar el español a los niños, porque además de que el Gobierno lo ordenaba, juzgué que sería también una ventaja para todos. Empleé el método más sencillo, de frases y nombres, sin valerme de grandes reglas , esperando enseñarles la gramática cuando ya comprendiesen el idioma. Al cabo de algunas semanas los más listos casi me comprendían y componían algunas frases.

El maestro se detuvo y pareció dudar; después, como si se hubiera decidido, continuó:

—No debo avergonzarme de la historia de mis agravios; cualquiera en mi lugar se habría portado lo mismo. Como decía, principiaba bien ; mas, algunos días después, el pa-