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acompañarle al sepulcro. Había venido sin conocer á nadie, sin recomendaciones, sin nombre, sin fortuna, como ahora. Mi predecesor había abandonado la escuela para dedicarse á vender tabaco. Su padre de usted me protegió , me procuró una casa y me facilitó cuanto pudiera necesitar para el adelanto de la enseñanza ; iba a la escuela y repartía algunos cuartos á los chicos pobres y aplicados, los proveía de libros y papeles. ¡Pero esto, como todas las cosas buenas, duró muy poco!

Ibarra se descubrió y pareció orar largo rato. Volvióse después á su compañero y le dijo:

—Decía usted que mi padre socorría á los chicos pobres. ¿Y ahora?

—Ahora hacen lo posible y escriben cuanto pueden,—contestó el joven.

—¿Por qué?

—La causa está en sus rotas camisas y avergonzados ojos.

Ibarra guardó silencio.

—¿Cuántos alumnos tiene usted ahora ? -preguntó con cierto interés.

—Más de doscientos en la lista, y en la clase veinticinco.

—¿Cómo es eso?

El maestro de escuela sonrió melancólicamente y exclamo:

—Decirle a usted las causas es contarle una larga y fastidiosa historia.

—No atribuya usted mi pregunta á una vana curiosidad,—repuso Ibarra gravemente, mirando al lejano horizonte.—He reflexionado mejor, y creo que realizar los pensamientos de mi padre, vale más que llorarle, mucho más que vengarle. Su tumba es la sagrada Naturaleza, y sus enemigos han sido el pueblo y un sacerdote: perdono al primero por su ignorancia , y respecto al segundo por su carácter, y porque quiero que se respete la religión que educó a la sociedad. Quiero inspirarme en el espíritu del que me dió el sér, y por esto desearía conocer los obstáculos que encuentra aquí la enseñanza.

—El país—dijo el maestro—bendecirá su memoria de usted, si realiza usted los hermosos propósitos de su difunto padre. ¿Quiere usted conocer los obstáculos en que tropieza la enseñanza? Pues bien, en las circunstancias en