plátano y flores. Fué á orillas del río á buscar pako, [1] que sabía le gustaba al cura comer en ensalada. Vistiose sus mejores ropas, y con la cesta sobre la cabeza, sin despertar a su hijo, partió para el pueblo.
Procurando hacer el menor ruido posible, subía las escaleras lentamente, escuchando atenta por si acaso oía una voz conocida, fresca, infantil.
Pero no oyó ni encontró á nadie, y se dirigió a la cocina.
Allí miró a todos los rincones: criados y sacristanes la recibieron con frialdad. Saludo y apenas la contestaron.
—¿Dónde podré dejar estas legumbres?—preguntó sin darse por ofendida. —¡Allí...en cualquier parte!—contestó el cocinero sin mirarlas apenas, atento a su faena: estaba desplumando un capón.
Sisa fué colocando ordenadamente sobre la mesa las berengenas, los amargosos, las patolas , la zarzalida y los tiernos ramos de pakó [2]. Después puso las flores encima, medio sonrió, y preguntó a un criado , que le pareció más tratable que el cocinero:
—¿Podré hablar con el padre?
—Está enfermo,—contestó éste en voz baja.
—Y ¿Crispín? ¿Sabéis si está en la sacristía?
El criado la miró sorprendido .
—¿Crispín?—preguntó frunciendo las cejas.—¿No está en vuestra casa? ¿Lo querréis negar?
—Basilio está en casa, pero Crispín se ha quedado aquí,—repuso Sisa;—quiero verle.
—¡Ya!—dice el criado;—se quedó, pero después... después se escapó, robando muchas cosas. El cura me ha mandado esta mañana temprano al cuartel para dar parte á la Guardia Civil . Ya deben haber ido á vuestra casa á buscar á los chicos.
Sisa se tapó las orejas, abrió la boca , pero sus labios se agitaron en vano : no salió ningún sonido.
—¡Vaya con los hijos que tenéis!-añadió el cocinero—Se conoce que sois fiel esposa: ¡los hijos han salido como el padre! ¡Cuidado que el pequeño le va á sobrepasar!