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—¡Ya sabré yo salir de él!—contestó hermano Pedro con una confianza sublime.—¡He sacado tantas almas del fuego! ¡He hecho tantos santos! Y además, in articulo mortis puedo ganarme todavía, si quiero, lo menos siete plenarias, y podré salvar á otros , muriendo!

Y dicho esto, se alejó orgullosamente.

—Sin embargo, debíais hacer lo que yo, que no pierdo un día y hago bien mis cuentas. ¡No quiero engañar ni que me engañen!

—¿Qué hacéis?—preguntó la Juana.

—Pues debéis imitar lo que hago. Por ejemplo: suponed que gano un año de indulgencias, lo apunto en mi cuaderno y digo: Bienaventurado Padre Señor Santo Domingo, haced el favor de ver si en el purgatorio hay alguno que precisamente necesite un año, ni un día más ni un día menos. Juego cara y cruz; si sale cara, no ; si sale cruz, si. Pues supongamos que sale cruz, entonces escribo: Cobrado; ¿sale cara ? entonces retengo la indulgencia , y de este modo hago grupitos de cien años que tengo bien apuntados. Lástima que con ellas no se pueda hacer lo que con el dinero: darlas á interés; se podrían salvar más almas . Creedme , haced lo que yo .

—¡Pues yo hago otra cosa mejor!—contestó hermana Sipa.

—¿Qué? ¿mejor?—pregunta sorprendida la Rufa. — ¡No puede ser! ¡Lo que yo hago es inmejorable!

—¡Oid un momento y os convenceréis, hermana!—contestó la vieja Sipa en tono desabrido.

—A ver, á ver! ¡oigamos!—dijeron las otras.

Después de toser ceremoniosamente, habló la vieja de esta manera:

—Vosotras sabéis muy bien que rezando el Bendita sea tu Pureza, y el Señor mío Jesucristo, Padre dulcísimo por el gozo, se ganan diez años por cada letra...

—¡Veinte!—No , menos! ¡Cinco!—dijeron varias voces.

—Uno más, uno menos, no importa! Ahora; cuando un criado ó una criada me rompe un plato, vaso ó taza, etc., le hago recoger todos los pedazos , y por cada uno, aun por el más pequeño, tiene que rezarme el Bendita sea tu Pureza y el Señor mío Jesucristo, Padre dulcísimo por el gozo, y las indulgencias que gano las dedico a las almas. En casa todos lo saben, menos los gatos.