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Y le examinaba cuidadosamente.

—El sacristán mayor, al llevarse á Crispín , me dijo que no podría salir hasta las diez, y como es muy tarde me escapé. En el pueblo me dieron los soldados el ¿quién vive? eché á correr, dispararon, y una bala rozó mi frente.

Temía que me prendiesen y que me hiciesen fregar el cuartel á palos como lo hicieron con Pablo , que aun está enfermo.

—¡Dios mío , Dios mío!—murmuró la madre estremeciéndose.—¡Tú le has salvado?

Y añadía mientras buscaba paños, agua, vinagre y plumón de garza:

—¡Un dedo más y te matan, me matan á mi hijo! ¡Los guardias civiles no piensan en las madres!

—Diréis que me he caido de un árbol ; que no sepa nadie que fui perseguido.

—¿Por qué se ha quedado Crispín?—preguntó Sisa, después que hubo hecho la cura a su hijo.

Este la contempló por algunos instantes, después, abrazándola le refirió poco a poco lo de las onzas; sin embargo , no habló de las torturas que hacían sufrir á su hermanito.

Madre e hijo confundieron sus lágrimas.

—¡Mi buen Crispin! ¡acusar á mi buen Crispín! ¡Es porque somos pobres, y los pobres tenemos que sufrirlo todo!—murmuraba Sisa, mirando con sus ojos llenos de lágrimas el tinhoy [1], cuyo aceite se acababa.

Así permanecieron algún rato silenciosos.

—¿Has cenado ya? No? Hay arroz y sardinas secas.

— No tengo ganas; agua, quiero agua no más.

—¡Sí!—repuso la madre con tristeza;—ya sabía yo que no te gustaban las sardinas secas ; yo te había preparado otra cosa, pero vino tu padre, ¡pobre hijo mio!

—¿Vino padre?—preguntó Basilio, y examinó instintivamente la cara y las manos de su madre. La pregunta del hijo hizo oprimirse el corazón de Sisa , que le comprendió demasiado, así es que se apresuró á añadir:

—Vino y preguntó mucho por vosotros, quería veros; tenía mucha hambre. Ha dicho que si seguís siendo buenos, volvería a quedarse con nosotros.



  1. Candil