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Trató de rezar, de invocar á la Virgen , á Dios para que cuidasen de sus hijos, sobre todo, de su pequeño Crispín. Y distraidamente olvidó el rezo para no pensar más que en ellos, recordando las facciones de cada uno, aquellas facciones que le sonríen continuamente, ya en sueños, ya en vigilias. Mas de repente sintió erizarse sus cabellos, sus ojos se abrieron desmesuradamente; ilusión ó realidad , ella veía á Crispín de pie al lado del hogar, allí donde solía sentarse para charlar con ella. Ahora no decía nada; la miraba con aquellos grandes ojos pensativos, y sonreía.

—¡Madre, abrid! ¡abrid , madre!—decía la voz de Basilio desde fuera.

Sisa se estremeció vivamente y la visión desapareció.


XVII

BASILIO

La vida es sueño .

Apenas pudo entrar Basilio, y tambaleando se dejó caer en los brazos de su madre.

Un frío inexplicable se apoderó de Sisa al verle llegar solo. Quiso hablar, pero no halló sonidos; quiso abrazar á su hijo, pero tampoco halló fuerzas; llorar, érale imposible.

Pero a la vista de la sangre que bañaba la frente del niño, pudo gritar con ese acento que parece anunciar la rotura de una cuerda del corazón:

—¡Hijos mios!

—¡No temáis nada, madre!—le contestó Basilio ;—Crispín se ha quedado en el convento.

—¿En el convento? ¿se ha quedado en el convento? ¿Vive?

El niño levantó hacia ella sus ojos .

—¡Ah!—exclamó pasando de la mayor angustia á la mayor alegría. Sisa lloró, abrazó á su hijo cubriéndole de besos la ensangrentada frente.

—¡Vive Crispín! tú le dejaste en el convento... y ¿por qué estás herido, hijo mío? ¿Te has caído?