Después él cogió su gallo y quiso marcharse.
—¿No quieres verlos?— preguntó temblorosa ;—el viejo Tasio me ha dicho que se retardarían un poco; Crispín ya lee y ... ¡quizás Basilio traiga su sueldo!
A esta ultima razón el marido se detuvo, vacilo, pero triunfó su ángel bueno.
—¡En ese caso guardame un peso!—dijo, y se marchó;
Sisa lloró amargamente, pero se acordó de sus hijos y secóse las lágrimas. Coció nuevo arroz, y preparó las tres sardinas que quedaron: cada uno tendría una y media.
—Traerán buen apetito!—pensaba; —el camino es largo y los estómagos hambrientos no tienen corazón.
Atenta á todo rumor la encontramos escuchando las más ligeras pisadas; fuertes y claras, Basilio; ligeras y desiguales, Crispín, pensaba ella.
El kalao [1] cantó en el bosque dos o tres veces ya, desde que la lluvia había cesado, y no obstante sus hijos no llegaban todavía.
Puso las cardinas dentro de la olla para que no se enfriaran y se acercó al umbral de la choza para mirar hacia el camino. A fin de distraerse se puso a cantar en voz baja. Ella tenía una hermosa voz, y cuando sus hijos la oían cantar kundiman [2] lloraban sin saber por qué. Pero aquella noche su voz temblaba, y las notas salían perezosas.
Suspendió su canto y hundió la mirada en la obscuridad . Nadie venía del pueblo, á no ser el viento que hacía caer el agua de las anchas hojas de los plátanos.
De repente vió un perro negro aparecer delante de ella; el animal rastreaba algo en el sendero. Sisa tuvo miedo, cogió una piedra y se la arrojó. El perro echó a correr aullando lúgubremente.
Sisa no era supersticiosa , pero tanto había oído hablar sobre presentimientos y perros negros que el terror se apoderó de ella. Cerró precipitadamente la puerta , y se sentó al lado de la luz. La noche favorece las creencias y la imaginación puebla el aire de espectros.