Era aún joven y se conocía que un tiempo debió ser bella y graciosa. Sus ojos , que , al igual de su alma, diera ella á sus hijos, eran hermosos , de largas pestañas y profunda mirada; su nariz era correcta; sus pálidos labios, de un gracioso dibujo. Era lo que los tagalos llaman kayumanging kaligatan, esto es, morena, pero de un color limpio y puro. Sin embargo de su juventud, el dolor, ó acaso el hambre, empieza a socavar las pálidas mejillas, la abundante cabellera, en otro tiempo gala y adorno de su persona, si está aún aliñada no es por coquetería, sino por costumbre: un moño muy sencillo sin agujas ni peinetas.
Había estado varios días sin salir de casa , cosiendo una obra que le habían encargado concluyese los más pronto posible. Ella, para ganar dinero, dejó de oir misa aquella mañana, pues habria empleado en ir y venir al pueblo dos horas lo menos: -¡la pobreza obliga a pecar!- Concluído su trabajo, lo llevó al dueño , pero éste sólo le prometió pagar.
Todo el día estuvo pensando en los placeres de la noche; supo que sus hijos iban á venir, y pensó regalarles. Compró sardinas, cogió de su jardinito los tomates más hermosos, porque sabia que eran la comida favorita de Crispín ; pidió a su vecino, el filósofo Tasio, que vivía á medio kilómetro, tapa de jabalí y una pierna de pato silvestre, los bocados favoritos de Basilio. Y llena de esperancias coció el más blanco arroz , que ella misma había recogido en las eras. Aquello era, en efecto, una cena de curas para los pobres chicos.
Pero por una desgracia ó casualidad vino el marido y se comió el arroz, la tapa de jabalí, la pierna de pato, cinco sardinas y los tomates. Sisa no dijo nada, si bien le pareció que la comían á ella misma. Harto ya él, se acordó de preguntar por los hijos; entonces Sisa pudo sonreír y , contenta, prometió en su interior no cenar aquella noche, pues de lo que quedaba no había para tres. El padre preguntó por sus hijos, y esto para ella era más que comer.