insectos ven los dolores de los hombres, y sin embargo ¡cuántos existen!
Allá lejos del pueblo, á una distancia como de una hora, vive la madre de Basilio y de Crispín, mujer de un hombre sin corazón, la cual procura vivir para sus hijos mientras el marido vaga y juega al gallo. Sus entrevistas son raras, pero siempre dolorosas. Él le ha ido despojando de sus pocas alhajas para alimentar sus vicios, y cuando la sufrida Sisa ya no poseía nada para sostener los caprichos de su marido, entonces comenzó á maltratarla. Débil de carácter, con más corazón que cerebro, ella sólo sabía amar y llorar. Para ella su marido era su Dios; sus hijos eran sus ángeles. Él, que sabía hasta qué punto era adorado y temido, se portaba también como todos los falsos dioses; cada día se hacía más cruel, inhumano, voluntarioso.
Cuando le consultó Sisa, una vez que le vió con el semblante más sombrío que nunca, sobre su proyecto de hacer sacristán á Basilio, continuó acariciando el gallo, no dijo ni si ni no, y sólo preguntó si ganaría mucho dinero. Ella no se atrevió a insistir; pero su apurada situación y el deseo de que los chicos aprendieran á leer y escribir en la escuela del pueblo, la obligaron á llevar a cabo el proyecto . El marido tampoco dijo nada.
Aquella noche, å eso de diez y media ú once, cuando las estrellas brillaban ya en el cielo que la tempestad ha despejado, estaba Sisa sentada sobre un banco de madera, mirando algunas ramas que medio ardían en su hogar, compuesto de piedras vivas más o menos angulares. Sobre uno de estos trípodes ó tunko, había una ollita en donde cocía arroz , y sobre las brasas tres sardinas secas, de las que se venden tres dos cuartos.
Tenía la barba apoyada sobre la palma de su mano , mirando la llama amarillenta y débil que da la caña, cuyas pasajeras brasas se volvían pronto ceniza; triste sonrisa iluminaba su rostro. Se acordaba del gracioso acertijo de la olla y del fuego, que Crispín le propuso una vez . El muchacho decía:
- ↑ Sentóse el negro y el rojo le miro; transcurrió un momento y resonó el «kikiriki.»