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Algunos jóvenes del vecindario trataron de enamorarla; pero la muchacha había mirado esos piropos y demostraciones con la mayor indiferencia.

Su madre, por otra parte, la vigilaba con el mayor celo hasta el punto de ir ella misma á los talleres para los encargos de costura, á fin de evitar en la chica las usuales persecuciones de sastres, dependientes y parroquianos.

Y tal conducta era de positivo provecho, pues por muy buenas inclinaciones que una hija muestre, la madre debe convertirse en especie de fanal, al menos durante el período de desarrollo, irreflexión y embate de las pasiones, para librar la flor del pesado enjambre de mariposas, moscas y abejorros.

Vivían en un barrio de las afueras, como se ha dicho; en una pequeña casa de la calle de...y tenían para los recados y demás menudencias del servicio domestico, una chica de diez años.

Era una casucha del tiempo de los españoles, con sala y dos ventanas de rejas enmohecidas á la calle, un dormitorio, algunas otras piezas y un pequeño patio con adelfas, jazmines del Cabo, violetas y tomillo, que Rufina se encargaba de cuidar en las horas de descanso.

El muro que separaba la casa de la limítrofe, presentaba en su borde numerosos fragmentos de botella y puntiagudos vidrios, por lo cual algunas mañanas salía Rufina al patio con entera confianza, á lavarse la cara, cuello y redondeados brazos.

Las losas de la acera estaban algún tanto resquebrajadas, la calle era bastante solitaria y triste, especialmente á las últimas luces de la tarde; y tampoco atraían ningún halago á la vista los edificios de enfrente, que venían á ser de parecidas apariencias.

En aquella fecha todavía, por más que sea muy reciente, no nos había invadido esa marea de construc-