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masa encefálica, extraños sacudimientos de alas y espantosos gritos de aves nocturnas.

Vaciló en un principio sobre el móvil que á aquel individuo impulsase para una confesión de tal género, traslució ciertas contradicciones; pero al fin lo creyó todo con la mayor firmeza.

Abora se explicaba muy bien la conducta sospechosa de Rufina, la gran agitación en que la había encontrado cierta vez cuando estaba alojado en la casa su sobrino; los golpes de misteriosa tos en ciertas noches junto á las ventanas, y otros mil detalles sucesivos que en el momento se agolpaban á su imaginación, para contrariarle más y ensoberbecerle.

Evidentemente era Rufina muy hipócrita.

Sobre la paternidad de la niña tuvo también muchas dudas en un principio; pero al fin acabó también por creerlo con toda seguridad.

Admitida la mala conducta de la madre, era fácil creer luego todo lo peor.

Rojizas y humeantes llamas de infierno, menos destructoras, si cabe, en los otros hombres, convertían en repugnante carbón el corazón del cura.

Si alguien le hubiera contemplado la misma noche de tan nublado día en su aposento, á oscuras, dando agitadas vueltas en la cama, y sin poder conciliar el sueño, hubiera visto salir ciertas llamas rojizas ó azuladas y bien siniestras, por su boca, orejas, nariz y, sobre todo, por los ojos.

El alma humana arde en ciertos momentos como los espíritus alcohólicos, y se convierte, en negro y repulsivo tizón la parte física.

Consideraba evidente lo de la asistencia de Rufina á ciertas casas de prostitución reservadas.

Estaba bien claro: se había el convencido por su observación particular, y principalmente por las escanda-