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Ese átomo humano animado por un soplo de vida y por el brillo de la razón, chispa de Dios mismo, tiene ante sí, desde que nace, una triple contrariedad de lo más tremendo, una lucha verdaderamente titánica.

Si las circunstancias le favorecen; como la luz, el calórico y la humedad á la semilla, resulta un hombre de bien: si, por el contrario, falta cualquíer detalle favorable que atrae la consecuencia inmediata del desequilibrio, aparece entonces, con los perfiles más oscuros y detestables, el criminal.

Después, hay también lo de la predestinación, el resbalar al abismo del mal por cierta pedidiente irresistible, por un encadenamiento de casos y circunstancias que luego la misma severa e imparcial reflexión no se explica; por el arrastre de una especie de soplo misterioso, que tal vez sea el mismo que arroja el árbol átierra, ó hace escombros al más sólido monumento.

La palabra fatalidad, que ha producido la escuela deísta en Europa, que ha sido pronunciada siempre consagrado terror hasta por los más antiguos y atrasados pueblos, y que muestra una viva significación, desde tiempos remotos, en Edipo, el cual se enamora de Jocasta, su madre, y mata á su padre, en todo lo cual no hay crimén alguno, puesto que faltaba el conocimiento hacia las personas vulneradas; esa negra palabra es el quid más oscuro y misterioso que puede presentarse ante el análisis y raciocinio, en las profundas tinieblas de la noche penal.

Vienen después el estudio, la acalorada ebullición de los filósofos, y el infecundo planteamiento de las escuelas de derecho penal y sistemas de castigo.

Alumbrada por humeante y empañada linterna, la filosofía trata de alejar la sombra de los primitivos tiempos, considera como el más natural el estado de guerra entre los. hombres, y se abre paso la escuela naturalista, la