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astutamente que tiene una querida, linda moza del pueblo e íntima amiga tuya, con la cual tiene combinado un plan de evasión y marcha á un país extraño.

—Es verdad, repuso la joven, y ella se afirmará más en tal historia, con la misma demanda ó solicitud de él, de los 24,000 pesos.

—Justamente.

—Y para impedir esa marcha y deshacerlo todo, se presentará ella con su hija, apresuradamente de seguro, en Olavarria.

—¡Claro!

—Y entonces él se desahogará con ella por los graves secretos de tu confesión.

-Así es.

Ambos se rieron con entera libertad.

La joven entreabió una ventana, miró al exterior, y exclamó:


—¡Pícara niebla! El fingido enfermo había estado como meditando unos instantes, y luegó observó:

—Por supuesto, que no te habrás de dar por entendida en Buenos Aires de que la conoces á ella, ni de que sabes nada de sus relaciones con el cura, ni que sea de él la hija. Nada, nada de esto.

—Seguramente, replicó la joven: no vayas á creer que yo tengo ningún pelo de tonta. Y si salimos bien de ese enredo, ¿te casarás conmigo?

—Sí, mujercita mía: no lo dudes.

Después. añadió con cierta complacencia diabólica aquel hombre de achinadas facciones, en su lenguaje usual de la gente de las pampas:

—¡Me la va á paaagar!