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hombres, en ciertas casas de prostitución reservada y clandestina. Conozco á esa mujer desde que eramos caai niños, y hemos jugado con bastante intimidad durante la adolesoencia. Yo vivía en Buenos Aires cerca de su casa. Su madre murió de la fiebre amarilla, y quedó huérfana. Yo la desengañé de la imposibilidad de casarnos porque no eran tales mis intenciones, y la aconsejé aprovechara la primera oportunidad que se le presentara, sin prejuicio de seguirla amando siempre.

El cura miraba al hombre con atención devoradora, y había retirado algún tanto su silla de la cama.

—Por fortuna, ella encontró á poco á un extranjero, el cual tambien la engañó con un similacro de matrimonio, pues él estaba también, aunque por otros motivos más poderosos, imposibilitado de casarse con ella. Yo he amado siempre á esa mujer con una pasión puramente sensual, porque es bastante bella, y no he perdido ocasión alguna de disfrutar sin compromiso y sigilosamente de sus favores. Después fue ella. con su marido á un pueblo, y yo la seguí. Y reconozco á la hija que tiene como mía, por los inequívocos detalles de haber sacado un lunar en el cuello y una mancha rojiza en un brazo, como en mí se puede observar, además de la identidad que existe de fisonomía y facciones.

El cura miraba al enfermo con ojos de demonio; su palidez era mortal, y las facciollQs estaban visiblemente contraídas. No había interrumpido la confesión del enfermo ni con un suspiro, ni cón el natural ruido de la respiración.

El enfermo prosiguió:

—Además, el hombre con quien maritalmente ha vivido, no debe tener mucha habilidad de procreación, á juzgar por los años que han mediado desde 1871 al 78, en lo mas lozano de la juventud de ella, sin que

apareciera ningún otro hijo.