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da,, el cual se había alojado en casa de una prima suya, joven por cierto bastante agraciada.

El cura fue conducido por entre la niebla á una de las últimas casas de la población, junto á bosquecillos de higueras y perales, ya casi en pleno campo.

Ofrecióse á su vista una pieza algo tosca, adornada con pocos y atrasados muebles; y en una cama de hierro se veía acostado un hombre, joven aún, con la cabeza vendada, muy pálido, el cual tenía á su cabecera una mesa de noche con varios vasos y botellas de medicamentos.

Notábase. en la habitación un acentuado olor á vinagre v ajos, y no había allí más personas que el enfermo y una joven de atrayente presencia, que había sido precisamente la que buscara y acompañara al cura.

Retiróse ella respetuosamente á otra pieza próxima, á fin de que se efectuara el delicado y trascendental acto, con la soledad y recogimiento convenientes.

Por más que el hombre tenía la cabeza muy vendada, como hemos dicho, y se hallaba, además, bastante arrebujado entre las sábanas y colcha del lecho, el cura creyó haberle visto alguna otra vez, aunque sin recordar donde. Aquel tipo no le era del todo desconocido. Le hbría visto probablemente en el mismo pueblo.


II

Principió la confesión.

El hombre la interrumpía frecuentemente con dolientes ayes é interjecciones de dolor.

—Padre, yo tengo en Buenos Aires una híja que he abandonado... una hija bastarda. He sido también muy cruel con su madre, la cual al fin ha buscado un lenitivo á mis desprecios, arrojándose en brazos de otros