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—Soy la mujer más desgraciada del mundo. ¿Qué atractivo tiene para mí la vida?


III

El cura marchó á su parroquia del Azul.

Dejó á Rufina en Buenos Aires, hasta que estudiando bien el pueblo y excogitanto los medios convenientes á la ocultación de su lazo, halló modo de llevarla con él, aunque con bastantes precauciones y reservas.

En su nuevo compromiso, estaba en la inprescindible necesidad de renunciar á aquella y á toda otra mujer, para siempre.

Imponíasele otra vez la ineludible ley de la continencia, prescrita por toda disposición canónica, con toda su fuerza y vigor; precisamente el nudo más apretado del sacerdocio católico.

Cualquier escándalo ó denuncia en tal sentido, echaría por tierra el porvenir que se había creado, despúes de tantas manchas, apostasías y contratiempos.

Siguió, pues, disfrutando de los favores de ella, aunque con las precauciones referidas.

Pasado un año próximamente, en 1878, nació una robusta y hermosa niña, á la que bautizaron con el nombre de Petrona María.

Y no mucho tiempo después, por razones muy fundadas á juicio de ambos, Rufina y su hija volvieron á residir en Buenos Aires, adonde el cura venía frecuentemente á verla. A pesar de esa separación, siguieron las relaciones con la mayor cordialidad.

Bajo el punto de vista de los intereses, la suerte hacía ya algún tiempo que los favorecía casi con réditos, de los sufrimientos y misérias anteriores.

Con el asombroso valor que la propiedad adquirió en