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las nacaradas y azules lontananzas; descubría el risueño perfil de un campanario, de una parroquia y de un tranquilo y honrado caserío.

¡Que diferencia de direcciones!

Había dejado la vereda de los verdaderos principios, de la probidad, de los días tranquilos y provechosos; de la religión de sus padres, de aquella religión á la cual vinculara su vida; de aquel Catolicismo en cuyo seno se encuentran siempre los suaves y puros goces del alma.

Había cambiado la apacible y misteriosa luz de los astros, por pálidos reflejos artificiales.

Parecíale llegaban á su oído alegres repiques de campana, toques de alba y de oraciones; y podía asegurar respiraba en aquellos momentos su espíritu, perfumadas nubes de incienso, que se desprendían desde los altares á las elevadas y magestuosas bóvedas del Catolicismo.

¡Oh, era necesario retroceder!

Conveníale desandar el torcido camino, y dirigirse nuevamente par la vereda primitiva.

Esto era muy dificil; pero á fuerza de voluntad, constancia y arrepentimiento, esos obstáculos no llegarían á confundirse con lo imposible.

Solicitudes, súplicas, lágrimas, penitencias, protestas de firmeza para el porvenir, todo lo pondría en juego. El sabría tocar con la mayor eficacia todos los resortes.


II

Sus propósitos no quedaron defraudados.

Presentóse en el año de 1877 al Arzobispo de Buenos Aires, como pecador arrepentido, como oveja des-