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en una feria ó mercado; ó más bien, en lo qué realmente era; en un cafetín del paseo de Julio.

La atmósfera estaba cargada de vapores alcohólicos, bocanadas de tabaco, olor de ropa burda y sudada; y se formaba en el techo y paredes cierto matiz amarillento como el de una pipa de fumar.

El salón respiraba por la puerta el aire de la calle, y las corrientes de su espeso aliento eran muy parecidas á las que salen de la boca de un borracho, mezcla de alcohol, de tabaco y como de hígado en descomposición, aliento que hace volver la cabeza y hasta produce náuseas.

Estaba á cargo del mostrador, siempre mojado y visitado por las moscas, y de las empolvadas y sospechosas botellas del armario, entre las que resaltaban algunos limones, un hombre de mediana edad, al parecer italiano; grueso, coloradote, y de alegre semblante, lo que revelaba no le fuera mal en su negocio; y servía los veladores haciendo al mostrador los pedidos con voces fuertes y atipladas, un mozo muy flaco y sin chaqueta; algo cargado de espaldas y con una tohalla en la mano, que le servía para dos cosas: para limpiar tanta porquería, y para espantar los insectos.


III

Los dos gauchos del velador del fondo, sostenían muy animada conversación.

—Ya verá él, decia el más joven, como me la va á paaagar. Y ella... está peeerdida. La que ella me hizo, me la habrá de paaagar. Esa hija de la gran... Por ella estuve tres meses arrestado. Y todo para vivir después con un pícaro cura.

—Tomá, dijo el otro llenándole al vaso y mostrándole