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tina por la parte del río ó de los muelles, se nota seguidamente el sello español en esos sobríos pórticos y galerías del Paseo de Julio.

Será muy difícil encontrar una ciudad española ó de origen español, en la que no se observe una plaza ó calle con tales arcos y bóvedas, de mucha comodidad, por otra parte, en la estación de lluvias.

Hasta en los más notables edificios y soberbios monumentos, se nota ese sistema de construcción: en la plaza de la Armería del Palacio real y en la p1aza Mayor de Madrid; en el palacio de Aranjuez, en la gran mole del Escorial, en cuyas galerías interminables se asemeja el hombre á una hormiga, y en muchos otros, puede observarse lo que decimos.

Después, hay ciudades como Bilbao, Cádiz, Santander, Lérida y muchas otras capitales de provincia; y pueblos como Portugalete, Agramunt, Tárrega, Cervera, Corvins, Bellpuig, etc., en los que tampoco faltan esas galerías y pórticos.

Verdad es que en las ciudades de otras naciones también las hay: en Lisboa, por ejemplo, y en París mismo, donde puede notarse la hermosa calle de Rivoli; pero no con tanta tendencia como en las ciudades españolas.

Tales pórticos, que van desapareciendo de las construcciones modernas tal vez por el severo aspecto que á las poblaciones comunican, producen la gran ventaja de sombra y fresco en verano, y el muy agradable abrigo en invierno.

En Buenos Aires, si no fuera por la clase de gente que á él concurre, su paseo de Julio sería de lo más agradable y atrayente.

Precisamente esas abrigadas galerías, los jardines próximos, y el movimiento del gran río de la Plata que muestra á la vista sus revueltas olas y sus lanchas y