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No ha habido entre ellos el más mínimo motivo de disgusto.

Está, pues, tranquila, y hasta se considera feliz.

La prosperidad... ¿qué importa la prosperidad? Ella vendría al fin; y si no, sería insensatez el desesperarse.

Pero un acontecimiento vino á poco á alejar aquel pequeño resto de dicha, para que la amargura fuese completa, para que todo se volviese sombras y noche.

Llega de España un joven pariente del clérigo, y se aloja en la misma casa.

Este pariente no mira con indiferencia la atrayente belleza de la joven, y acaba por enamorarse de ella frenéticcmente.

Rufina comprende lo grave de su situación, por la circunstancia del parentesco que la obligaba á cierto disimulo, y por el continuo peligro que producía la misma intimidad y confianza de vida.

Procura resolver tan escabroso asunto con toda habilidad, mostrando al enamorado joven la mayor entereza; y trátando de evitar, por otra parte, con la mayor escrupulosidad, cualquier detalle que pudiera hacer traslucir al sacerdote lo violento de la situación.

Un día se hallaba en su gabinete entregada á su cotidiano trabajo.

Castro Rodríguez había salido después del almuerzo á sus perentorias diligencias y el pariente había quedado en su aposento acostado, con un aparente dolor de estómago.

Pero luego se había acercado á Rufina, y la había exasperado con todo género de atrevimientos y brutalidades.


II

Habíala declarado su amor de la manera más osten-