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otro tiene algo de pez por lo listo que anda en el océano social; otro es un burro ó carnero, por lo ignorante y torpe; otro es manso como un cordero; tal mujer se asemeja á una tórtola por lo inocente, cosa bien rara; y otro, en fin, lleva cuernos, por no sabemos que desgraciadas peripecias.

Esto nos mueve á creer, que entre la superior razón humana y el instinto del animal hay muchos puntos de contacto, ciertos eslabones de indefinida cadena, algo de común y solidario en una totalidad de vida zoólogica.

Separemos á un lado la razón, hagamos abstracción por completo de toda forma humana ó irracional, y levantemos al aire, por decirlo así, en unas pinzas, cualquiera de las condiciones ó cualidades antes indicadas: psicológica y metafísicamente ¿qué diferencia podrá haber entre una del hombre con su análoga del animal?

La cualidad del hombre-tigre coincidirá, pues, con la del tigre propiamente dicho.

Y no deberá decirse que tal persona se asemeja á un carnero, sino que lo es real y positivamente, hasta cierto grado de una escala intelectual invisible, y variadas las formas materiales.

Por consiguiente, la especie humana no viene á ser más que una mezcolanza bien disfrazada de perros, pavos, moscas, tigres, etc.

Y aventajamos algunas veces á los brutos, en esperar todavía daño hasta de los que dejaron de existir. De ahí ese misterioso temor á los cementerios y los cadáveres humanos. Creemos efectivamente que aun después de muertos nuestros semejantes, sean todavía capaces de jugarnos una mala pasada.

¡Pobre humanidad!