—Señor... mi gratitud hácia. usted es inmensa. Le he conocido en circunstancias inolvidables, cuando estaba al borde de la tumba el sér que más idolatraba en el mundo... y se ha portado usted con la mayor caballerosidad...
—Desearía olvidara usted eso...
—¡Ah, señor! hay cosas imposibles de olvidar. La imagen de usted se une en mi corazón á la de mi querida madre moribunda, á aquellos terribles momentos de agonía, á su último aliento...
—¡Oh, no llore usted, señorita! Conviene alejar del corazón ciertos recuerdos tristes. Dios me ha traído á su camino para servirla de consuelo y enjugar sus lágrimas. Perdió usted el irreparable cariño de una madre; pero tiene usted ahora el inmenso amor de un hombre que la idolatra, y tratará de hacerla feliz...
El extranjero apretó entre las suyas una de sus manos, y luego se la besó con ardor.
La joven no hizo movimiento alguno.
Después besó su frente... y su boca...
Rufina le contemplaba con cierto embeleso.
Pálido y tembloroso de emoción, el extranjero dijo entonces:
—Os juro amor por toda mi vida.
La joven extendió hacia él sus brazos, y replicó á su vez:
—Yo juro también amaros... á vos... á vos solo.