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gratitud. Y tal sentimiento se asocia á un recuerdo sagrado, á la imagen de mi difunta madre.

—No hable usted, señorita, de gratitud. Cumplí simplemente con un deber humanitario. Desearía mejor que alejase usted en el instante tales recuerdos, para que reflexionara con más espontaneidad; y la respuesta que anhelo; estuviera libre de toda presión. La amo á usted. Esto es muy sencillo, porque es usted linda y virtuosa, reune todas las cualidades por mí apetecidas, y yo soy soltero y joven.

Rufina bajó la cabeza pensativa, y el extranjero la contemplaba con la mayor avidez.

—Deseo, pues, de usted, únicamente una respuesta: si considera usted que desde ahora, ó en cualquier otro momento sucesivo, será usted capaz de amarme: ¡nada de gratitud, nada de compromisos!


II

La joven se había puesto muy encendida, y bajaba la vista sin decir nada.

El extranjero continuó; había cruzado los brazos, y parecía que en sus labios se quemaban las palabras:

—Si usted me quisiera... entonces... yo depositaría en sus manos mi honor, mi felicidad y mi vida. El amor es lluvia misteriosa que cae en el alma desde el cielo, y es imposibld á todo sér huir de su influencia fecunda. Es usted aún casi una niña; pero el amor existe en el corazón de la mujer desde el príncipio, porque ha sido hecha por Dios, especialmente para amar. En el hombre, en cambio, aparece luego con el crecimiento y desarrollo. En la mujer, el amor despierta; en el hombre se siente únicamente la atracción. La amo á usted. ¿No es esto muy natural y sencillo? Los que crean que