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flores dentro de roto florero, cuyas flores ronovaba Rufina todos los días.

Una araña tejía su blanca tela junto á una viga del techo, y debía su vid y tranquila residencia á la compasión de la joven.

La casa estaba en completa calma.

Algún transeunte que de cuando en cuando cruzaba la calle, interceptaba los rayos de sol que por las rendijas de las ventanas penetraban, y producía en la pared del fondo fugitivas sombras.


II

A la mañana siguiente, la pobre señora hizo esfuerzos para levantarse; pero sentía mucho dolor de cabeza, en las articulaciones, en la cintura, cierto hervor en la espalda y sienes, ardores en el cuerpo, frialdad en los pies, y gran decaimiento en todo su organismo.

Aquello no sería nada, y seguramente pasaría pronto.

Rutina estaba pálida y en extremo excitada; daba muchas vueltas inútiles de la alcoba á la cocina; recorría el patio y todos los aposentos, y ofrecía á su madre tazas de te, manzanilla, ó caldo:

La enferma le repetía á cada instante, para tranquilizarla:

—Esto no será nada, y hasta creo me encuentro mejor.

Rufina la contemplaba llena de incredulidad y amargura; le ponía las manos en la frente, donde el calor era cada vez más intenso, y la colmaba de caricias.

La madre pareció dormir por unos instantes, y la hija se sentó junto á la cama; cruzó sobre ésta los brazos para apoyar en ellos la frente, y lloró en silencio.

De repente alzó la cabeza, y sin objeto alguno fijó la