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DE NINÓN Di LENCLÓS 61

que debían sustituirse las palabras que emplea el sacerdote con estas otras : « Hay que dejar sus amores. » Lo que escribió á Saint-Evremond nos demuestra que se avergonzó de sus debilidades. « Todo el mundo me dice que puedo quejarme del tiempo menos que olras, pero sea lo que sea, si alguien me hubiera propuesto semejante vida me hubiera ahorcado. Sin embargo, siempre digna de ser amada, perseguida en todo tiempo por gentes encantadas de su mérito, tuvo hasta el fin de su vida momentos en que no pudo rehusarse — á despecho de la moral y de las reflexiones — á los atractivos de un agrade- cimiento poco limitado.

El ilustre abate de Chaulieu, ese Anacreonte de nuestro tiempo, á quien llamaron cuando hizo su entrada en el gran mundo « el pocta de la buena compañía », parece haber sido más feliz que su maestro Chapelle con MU*. de Lenclós á la que no pudo dejar de amar. El priorato de Fontenay á donde ella acompañó más de una vez á la duquesa de Bouillon y al caballero de Orleáns, vió suspirar frecuentemente á este poeta ingenioso á quien la duquesa abrumaba con burlas sobre la falta de esos talentos reales que tan útiles son en el amor.

De todos modos casi se puede afirmar que Mle, de Lenclós no fué indiferente á aquellos suspiros; sin embargo, desde entonces se dijo que no tuvo amantes oficiales. El barón de Banier (1), hijo del célebre general succo había sido el último de Tos amantes de Ninón, conocidos con ese nombre.

Chapelle hizo algunas tentativas, y no pudiendo vencer su resistencia, confió á su ingenio el injusto

(1) Muerto en Inglaterra, en 1683.