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DE NINÓN DE LENCLÓS Ol

las vió como garantías de su triunfo. « ¿Es posible?

— exclamó — ¿Quién hace correr esas lágrimas? ¿Es la compasión? ¿Es el amor? ¿Va mi suerte á cambiar? ». « Es horrible — respondió cila. — ¡ In-

sensato ! ¡ Dejadme ¿Por qué tanto emponzoñar los restos de una vida que detesto?» «¡Qué modo de hablar ! — replicó el caballero. — ¿Qué veneno puede esparcir sobre la más bella existencia la dulzura de hacerme feliz? ¿Es esta la Ninón tierna y filosófica? ¿Súio contra mí adopta esa virtud que basta á su sexo para creerse estimable? ¿Qué figuraciones han cambiado su corazón? Yo os lo diré. Lleváis la cruel- dad hasta el extremo de combatiros á vos misma; cien veces he visto en esos ojos menos dureza que la que tanto me entristece. Hablad. ¿Es el odio, ó es la indiferencia lo que hace correr vuestras lá- grimas? ¿No os atrevéis á confesar una sensibilidad que siempre nos honra? » « ¡Basta, caballero! — exclama Ninón. —- Pretended mi más afectuosa amistad; de ella sois digno : he aquí la causa de esas miradas que os han engañado y de estas lágrimas que ahora derramo. Pero no os jactéis de haberme inspirado amor. Lo sé: vuestros deseos son el efecto de una presunción demasiado ligera. Conocéis mi co- razón; debe quitaros toda esperanza; llegaría á odia- ros si le hablaseis de vuestra ciega pasión. No os escucho més; marchaos y dejad que me arrepienta de las bondades que tan mal habéis interpretado. »

El estado de furor y desesperación en que se sumió el caballero después de esa conversación causó á Ninón un vivísimo dolor de madre desgraciada, horriblemente desgraciada. Se arrepintió de no ha- ber dado el golpe final á aquellos tan violentos deseos; pero cerraba su boca la promesa hecha á M. Gersay.