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DE NINÓN DE LENCLÓS 55

de comunicar á los que la rodeaban. Y así como en otro tiempo — según nos cuenta la historia — los «dichosos amantes de la Emperatriz Teodora se dis- Jtinguían por los gustos singulares que ella les inspi- rraba (1), nada tan sencillo como el conocer á los ¡jóvenes caballeros de la corte que habían sido pre-

sentados y admitidos en casa de Ninón por ese aire

y de distinción y noble desenvoltura que debían á sus [ lecciones y más todavía al deseo de agradarla. M. de ' Gersay, que destinaba á su hijo á empleos en que l las gracias físicas y las gracias intelectuales podían ser necesarias, no quiso hacerle perder lecciones tan útiles y á las que tenía mejor derecho que cualquier otro. El caballero de Villiers sentía todo con prodigiosa vivacidad. Del agradecimiento que creía deber á Me. de Lenclós pasó pronto á sentimientos que no se atrevía á expresar. Mucho tiempo la amó en si- lencio con esa tierna atención que pone un amante joven en todas las perfecciones del objeto amado. - Á cada instante se le presentaba una nueva razón de amarla más y su misma madre contribuía á ello. La discreción á que se había comprometido no la impedía testimoniarle alguna involuntaria preferen- cia como la de retenerle con más placer que á los demás; en muchas ocasiones no supo él qué pensar de algunas miradas que traslucian la ternura. ¿Po- día el caballero adivinar qué género era el de esas miradas? Era joven, excitable, enamorado ; se equi- vocó y algunos suspiros que no pudo retener al lado de ella, fueron el primero é inocente lenguaje de aquella horrorosa pasión.

(1) Véase el segundo fragmento de la historia secreta de Procopio.