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DE NINÓN DE LENCLÓS 45

tancias se lo hacen necesario. Por lo demás, no pen- saba ella todavía en engañarlo; la ocasión no es- taba presente, no podía ofrecerse; él merecía quizás una resistencia. He aquí lo que Ninón se decía rápi- damente como todas las mujeres en semejante caso. Porque Ninón era mujer al cabo, á pesar suyo.

Sea de ello lo que quiera, el enamorado marqués con las respuestas de Ninón, hubiera podido tran- quilizarse si sus temores no hubieran sido tan vivos. Tal era la situación de M. de la Chátre, cuando se le ocurrió un expediente nuevo que él imaginó estar por encima de la inconstancia más decidida. Escu- chad, Ninón, le dijo; vos sois sin contradicción por mil mancras una mujer extraordinaria; lo que puede tranquilizarme ha de serlo también; quiero interesar en mi dicha algo más que el amor mismo. Exijo que me firméis un billete por el cual os comprome- táis á guardarme la fidelidad más inviolable. Voy á dictároslo en la forma más sagrada de los jura- mentos humanos. No os dejo sin haber obtenido esta prenda de vuestra constancia, necesaria á mi reposo. En vano le representó Ninón que lo que pedía era demasiado singular, demasiado loco, el marqués fué terco y venció todas las consideraciones. Preciso fué escribir y firmar lo que nadie hasta entonces había quizás escrito. Provisto de este título corrió adonde su estado le llamaba.

Pasados apenas dos días de la partida del mar- qués vióse Ninón perseguida por uno de los hombres .más peligrosos para la promesa que había hecho. Tiempo hacía que éste hablaba de su amor y era per- sona capaz de inspirarlo; sabía que su rival estaba ausente; las primeras resistencias no le asustaron; su ardor, por el contrario, se aumentó con ellas, y