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CARTA LIi

Si, marqués; la condesa debe la tranquilidad que ahora goza á mi amistad y á mis consejos y no con- cibo el disgusto que os causa la indiferencia que la inspiráis. Mucho se necesita para sentir deseos de compadeceros; vuestro dolor no tiene más causa que una herida de la vanidad. Los hombres son injustos; quieren que una mujer les mire siempre como objetos interesantes para ella, mientras que ellos al dejarla, uo olvidan nada para convencerla de que la des- deñan. Decidme, ¿qué os importa el amor ó el odio de una persona á quien no amáis? Vuestros celos contra el duquesito son tan poco razonables que me hacen prorrumpir en una carcajada. ¿No es natural que una mujer se consuele de vuestra pérdida, escuchando á un hombre que conoce mejor que vos lo que vale su corazón? ¿Con qué derecho os quejáis? Examinad vuestra conciencia; convenid en que M"*, de Sevigné tiene razón : tenéis el corazón loco. ¡ Pobre marqués !

Á pesar de todo lo que me proponéis, me parece muy grecioso. Sería muy bonito ayudaros en vuestro proyecto de venganza contra la infiel. Aunque no fuera más que por despecho y por la singularidad