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CARTA L

Á pesar de vuestras bromas, os repito que no estáis enamorado de la presidenta. Veo más claro que vos en vuestros asuntos. He conocido muchos que con la mejor fe del mundo se creían enamorados y no lo estaban ni mucho menos. Hay enfermedades del corazón como las hay del cuerpo : unas son reales, otras imaginarias. Todo lo que os atrae á una mujer no es amor. La costumbre de estar juntos, la como- didad de verse, la necesidad de decir alguna galan- tería, el deseo de agradar, la esperanza de hacerlo con fortuna, mil otras razones que no se parecen :á la pasión, son la mayor parte de las veces sentimientos que confundís con el amor y las mujeres son las pri- meras en fortificar este error. Halagadas por los ho- menajes que los tributan, nunca examinan las causas á que las deben con tal quede satisfecha su vanidad. Después de todo tienen razón; perderían el tiempo.

Á todos estos motivos podéis agregar una capaz de produciros falsas ilusiones acerca de la naturaleza de vuestros sentimientos. La presidenta es sin duda la más bella mujer de nuestro tiempo; se ha casado nuevamente; ha rehusado el amor de uno de los