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CARTA XLIV

La calma ha sucedido á la tempestad y.veo por vuestra carta que estáis más contento de la condesa y de vos mismo. ¡Qué poderosa es la razón.cuando se enuncia por la boca de la mujer que se adora! Ved cómo el proceder de nuestra amiga produce efectos diferentes de los obtenidos por la marquesa; los rigores de la primera han aumentado vuestra eslimación y vuestro amor por ella; las bondades de la segunda han hecho infiel al caballero. Así son la mayor parte de los hombres; la ingratitud es casi siempre el premio de nuestras condescendencias. Todavía tiene remedio esa desgracia y á este pro- pósito voy á enteraros de una carta que recibí hace algunos días, de M. de Saint-Evremond. No ignoráis la correspondencia íntima que siempre he tenido con él.

El joven conde de... acababa de casarse con la señorita de... de la que estaba locamente enamorado. Se me quejaba un día de que el himeneo y la posesión del objeto amado, debilitan casi siempre y hasta des- truyen el más tierno amor. Hablamos extensamente sobre este asunto, y como en aquel mismo día escribl