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CARTA XLI

No, marqués; digáis lo que digáis, no puedo pasaros la especie de furor con que descáis lo que os complacéis en llamar felicidad suprema. Estáis ciego y no comprendéis que cuando se tiene la seguridad del amor de una mujer por propio interés, debe gozarse todo el tiempo que se pueda, de la derrota, antes de que sea completa. Si fuera hombre y lo bastante alortunado para enternecer el corazón de una mujer como la condesa, ¡ con cuánta discreción usaría yo de mis ventajas! ¡Por cuántos grados de la pasión pasaría sucesiva y lentamente! ¡De cuántos pla- ceres desconocidos no sería yo el creador! Semejante al avaro, querría sin cesar contemplar mi tesoro, darme perfecta cuenta de su valor, sentir que era mi dicha, poner mi felicidad toda en su posesión, considerar que es mío, que puedo disponer de él y, sin embargo, afirmarme en la resolución de no privarme de tanta delicia por gastar demasiado. ¡Qué satisfacción la de leer en los ojos de una mujer amable el poder que tenéis sobre ella; de ver en sus más insignificantes actos una impresión de ternura si en algo se rela- cionan con vosotros; oir enternecerse su voz si es