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CARTA XXXV LL

Acabr de discutir con M. de La Bruyére. ¿Admi- ráis mi temeridad? Pues á pesar de vuestra extrañeza, es verdad. Sostenía él que Corneille ha pintado á los hombres como deben ser, y Racine, como son; yO sos- tenía lo contrario. Hombres ilustres cran los especta- dores del combate y en mi favor ha habido sufragios que podrían enorgullecerme, si fuera orgullosa. Cada uno tiene su manera de pintar y yo tengo la mía tam- bién. Yo presento las mujeres como son y mucho siento no poder pintarlas como debían ser. Y contesto á vuestra carta.

La especic de languidez que de vos se ha apoderado, no me extraña. La enfermedad de la marquesa os ha impedido verla; vuestro corazón, durante tres días, ha estado en la misma situación, y por eso nada tiene de particular que el hastío os haya hecho una pequeña visita. En las pasiones más grandes se experimentan esas impresiones de tibieza que extrañan hasta á los que las sienten. Sea porque el corazón en fuerza de agitarse se cansa del mismo movimiento, sea porque no puede estar incesantemente ocupado con el mismo objeto, lo cierto es que hay momentos de indiferencia