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CARTA XXXVI

¿Creéis, marqués, que no he sentido toda la ironía delos cuinnplimientos que me dirigís por mi pretendida reconciliación con la condesa? Nunca hemos rega- ñiado; me ha rogado que perdone las vivacidades de su carácter y que continúe aconsejándola. ¿Para qué servirán esos consejos si no es para prepararos un triunfo más? Lo mejor que yo podía hacer era acon- sejarla que rompiese con vos, porque por mucha con- fianza que ella tenga en su energía la huída es el único preservativo seguro contra vos. La condesa creé que ha hecho una cosa extraordinaria al deciros lo que en vuestra carta me comunicáis. Ninguna mujer razonable deja de emplear el mismo lenguaje cuando el amante comienza á hacerla ver sus res- petuosas pretensiones. No quiero más que vuestro corazón — dicen, — vuestros sentimientos, vuestra estimación; eso es lo que desco. Encontraréis muchas mujeres poco delicadas que se creerían muy felices aceptando lo que yo rehuso. Jamás envidiaré una felicidad de esta clase... Guardaos, marqués, de com- batir abiertamente esos bellos sentimientos; dudar en esas ocasiones de la sinceridad de las mujeres, es