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AL MARQUÉS DE SEVIGNÉ 193

del objeto amado. La agitación que le anima, el fuego en que toda su persona se abrasa, excitan nuestros

sentidos, enardecen nuestra imaginación, llaman á

nuestros deseos. Se lo decía yo un día á la condesa : nos parecemos á un clavicordio; por muy dispuesto que esté para responder á la mano que debe tocarle, permanece en silencio hasta que siente la impresión de esa mano; entonces los sonidos se harán oir. Ter- minad el paralelo y sacad las consecuencias. Después de todo, ¿de qué os quejáis, señor metafísico? Ver á la condesa, oir la dulzura de su voz, prodigarla todo género de atenciones, llevar la delicadeza de los sen- timientos á su grado más alto, escuchar sus discursos sobre la virtud, ¿no es para vos la suprema felicidad? Dejad á las almas groseras esos sentimientos que comienzan á desarrollarse en vos. Examinándoos se ve que no anduve muy descaminada al sostener que el amor era la obra de los sentidos. Vuestra pro- pia experiencia os obliga 4 confesar que alguna razón tenía. No me disgusto por eso. Que seáis castigado por vuestra injusticia. Adiós.

El caballero, vuestro antiguo rival, se ha vengado de los rigores de la condesa, dirigiéndose á la mar- quesa. Esa elección hace el elogio de su buen gusto; están hechos el uno para el otro. Mucho me alegraré de saber adonde podrá conducirles esta bella pasión.

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