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AL MARQUÉS DE SLVIGNÉ 167

Vos que sois militar podréis apreciar cuánto os digo. Suponed que en la campaña en que vais á entrar se os confía la dirección de un sitio. ¿Os agra- daría que el gobernador de la plaza, convencido de que ésta no es inexpugnable, os abriera sus puertas antes de haberos proporcionado ocasión de distin- guiros? Con seguridad que no; es necesario que resista, porque cuanto más celoso sea el gobernador de su gloria, más aumenta la vuestra. Pues bien, en el amor como en la guerra, el placer de vencer se mide por los obstáculos que se han arrollado para obtener el triunfo. Tentada estoy de llevar más lejos el para- lelo : la verdadera gloria de una mujer, más que en no entregarse, consiste en hacer una bella defensa para merecer los honores de la guerra.

Iré más lejos aún :si una mujer es lo bastante débil para dejarse vencer, ¿qué medio le queda para retener á un amante, si los recreos del espíritu, si el ingenio no viene en su auxilio? Sé perfectamente que esas cualidades no las dan. Sin embargo, examinando bien las cosas casi no hay mujeres que si lo quisieran de veras no pudieran adquirir algunas de esas cuali- dades; la diferencia estribaría en el más ó menos. Pero casi todas son perezosas de nacimiento para hacer semejante esfuerzo. Han creído que nada era tan cómodo como ser lindas. Este modo de agradar no exige ninguna aplicación; ellas querrían que fuese el único. Son ciegas y no ven que su belleza y su habi- lidad, sus talentos les atraen igualmente la atención de los hombres; pero la belleza no hace más que exponer á la que la posee y los talentos la procuran un medio utilísimo de defensa. La belleza no prepara más que sinsabores y un mortal fastidio para el dia en que no exista; ¿queréis saber la razón? La razón