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AL MARQUÉS DE SÉEVIGNE 159

es la obra de la reflexión, asestáis un golpe mortal á su vanidad y las haréis responsables de su buena ó mala elección. No me engaño al decir que todas las mujeres leerían con gusto mis cartas. Las metafísicas — es decir, las favorecidas por el cielo con un feliz temperamento — reconocerían en mis cartas su superioridad sobre las otras mujeres; aplaudirían la delicadeza de sus sentimientos y la considerarían como obra suya; las que han sido formadas de una materia menos delicada creerfan sin duda que me debían algún agradecimiento por haber revelado un misterio cuyo secreto les pesaba. Se las ha impuesto como un deber el disimulo de su pasión y tan celosas se muestran, no faltando á este deber, como atentas á no perder nada de lo que el placer pueda proporcio- narlas; quieren que se las adivine sin comprometerlas. El que descubra su corazón las prestará un gran servicio. Tengo la convicción de que las que en el fondo estuvieran de acuerdo conmigo, serían las primeras en combatir lo que vengo exponiendo. Las hubiera sido yo muy agradable adoptando máximas que halagaran sus inclinaciones y dándoles la oca- sión de parecer delicadas.

¿0s figuráis, marqués, que es conocer bien á las mujeres el temer que se ofendan por las cosas que de ellas he podido decir? Hace mucho tiempo que se ha dicho, muy acertadamente por cierto, que las mujeres prefieren que se hable un poco mal de ellas mejor que el silencio. Aun suponiendo que os hubiese escrito con la intención que se me atribuye, no podrían reprocharme nada.

Mne. de Sévigné dice que mi sistema traería conse- cuencias funestas. En verdad, marqués, que no comprendo cómo ella, con el talento que todos la