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CARTA XXVI

Pienso como vos, marqués; aunque las ideas que ayer os exponía parecen verdaderas en la especu- lación, sería, sin embargo, muy peligroso que las mujeres se convencieran de ellas. Si permanecen honestas, no será por el sentimiento de su fragilidad, sino por la íntima convicción de que son libres y dueñas de ceder ó resistir. ¿Se excita al soldado. á combatir con valor, persuadiéndole de que será ven- cido? ¿No habéis observado que la que hablaba en mi carta tenía un interés personal en que se aceptara su sistema? Verdad es que al que examine sus razona- mientos con ojos filosóficos, le parecerán especiosos al menos; pero sería muy sensible que por razonar de ese modo acerca de la virtud, llegáramos á poner €n duda reglas que debemos aceptar y practicar como

na ley cuyo examen es un crimen. Por otra parte; persuadir á las mujeres de que no es á ellas mismas á quien deben su virtud, ¿no sería quitarlas el motivo más poderoso que las induce á conservarla — la con- vicción —de que es su propia obra lo que defienden? La pérdida de sus energías morales sería la conse- cuencia de semejante teoría; en la práctica no sirve