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CARTA XXII

Un silencio de diez días. Comenzáis á inquictarme seriamente, marqués. ¿Es que la aplicación de mis consejos ha sido feliz? Entonces os felicito por ello. Pero lo que no apruebo es que la negativa de una declaración definitiva, de una confesión sincera os ponga de mal humor. ¿Pensáis que el yo os amo es una cosa indispensable? Hace quince días que os pro- pusisteis penetrar en los sentimientos de la condesa y habéis conseguido lo que queríais; conocéis su incli- nación por vos. ¿Os hace falta algo más? ¿Qué decla- ración podría daros un derecho más seguro sobre su corazón? Realmente, sois muy singular; tened muy presente que nada es más á propósito para sublevar á una mujer razonable que esa terquedad con que los hombres vulgares exigen la confesión que se os rehusa. No os comprendo; á los ojos de un amante delicado esta negativa debe ser mil veces más esti- mable que una declaración positiva. ¿Queréis conocer vuestros verdaderos intereses? Lejos de perseguir á una mujer — ya os lo he dicho, — disimulad los pro- gresos de su inclinación. Haced que os ame antes de que lo note, antes de ponerla en la necesidad de con-