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AL MARQUÉS DE SÉVIGNÉ 1295

«tanto más respeto le exigimos. Alguno diría : ¡Por ]Dios! no supongáis tanta virtud por piedad á nos- otros. Capaces sercis los hombres de ponernos en la “necesidad de anteponer á todo nuestra virtud. No - consideréis nuestra conquista como una cosa de ¡ importancia excepcional; guardaos de pensar en nues- t tra caida como en un asunto de difícil solución. Acos- + tumbrad por grados á nuestra imaginación á veros y dudar de nuestra indiferencia. Frecuentemente el medio más seguro de ser amado es aparentar que se está convencido de ello. Una manera de pensar des- preocupada nos infunde confianza. Desde que vemos á un amante — completamente persuadido de nuestro reconocimiento — tratarnos con las atenciones que exige la vanidad, terminaremos sin notar que proce- derá lo mismo aunque esté seguro de nuestra incli- nación por él. ¿Qué confianza no nos inspirará? ¿De qué avances en su empresa no podrá jactarse? Pero si él nos hace comprender que está en guardia, ya no será nuestro corazón lo que defenderemos; no será la virtud la que combatirá, sino el orgullo, y el orgullo es el más cruel enemigo que encontraréis en las mu- jeres. Nos empeñamos en disimular nuestro consenti- miento en dejarnos amar; poned á una mujer en situación de decirse que no ha cedido más que á una especie de violencia ó de sorpresa, persuadidla de que nada ha perdido á vuestros ojos, y os respondo de su corazón. Tratad á la condesa como lo exige su carác- ter : es alegre y bulliciosa y por la alegría se la con- duce al amor. Que ni ella misma se dé cuenta de que os distingue, y sed tan jovial como ella loca. Estable- ceos en su corazón sin advertirla de vuestro designio. Os amará sin saberlo; y algún día se admirará de haber recorrido tanto camino sin sentirlo apenas.