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DE NINÓN DE LENCLÓS 3

un espíritu amplio y natural, todos con un corazón amigo de los placeres, gozaban de la sucrte más dichosa. El cortesano, el guerrero, el hombre de letras se hacían alí filósofos, y de esa filosofía cómoda y tranquila, cuyo sistema tiene su origen en las nece- sidades y deseos del corazón humano.

M. de Lenclós había llevado desde temprano á su bija á aquellas sociedades escogidas donde pronto fué el mayor encanto. Nunca se habían visto tantas gracias unidas á tanto talento y tanto gusto. Ninón de un talle elegante y perfecto, con la tez de un blanco deslumbrador, con grandes ojos negros, donde reinaban 4 la vez la dignidad y el amor, la razón y la voluptuosidad, tenía los dientes, la boca, la sonrisa admirables, su cabeza un aire noble y sin orgullo, la fisonomía abierta, tierna y conmove- dora, la voz de un timbre interesante, bonitos brazos, manos bonitas, gracia en todos sus gestos y movi- mientos :Ninón, en fin, era bella y lo fué siempre.

Á tantos atractivos unió los talentos más seduc-

  • tores. M. de Lenclós le había comunicado el del laúd,

instrumento entonces en boga. Nadie hasta ella le había arrancado sonidos tan hermosos, expresiones tan ingeniosas y delicadas. Era su alma que se des- arrollaba en la armonía; era el sentimiento mismo que hablaba bajo sus dedos. Ninguna mujer la igualaba tampoco en aquella especie de diversión que exige todas las gracias y toda la nobleza posibles; pasó por la mejor bailarina de su tiempo.

El conocimiento de varias lenguas y de los mejores escritores de cada una sostenido por un talento vivo, luminoso, penetrante, daba á su conversación una brillante variedad, único preservativo contra el tedio. El tacto más fino para descubrir las ridiculeces, por