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102 CARTAS DE NINÓN DE LENCLÓS

error, pero con el tono que conviene á la importancia de lo que voy á decir. Estoy inspirada; siento la presencia del Dios que me anima. Me froto la frente con el gesto de la persona que medita profundas ver- dades y va á decir grandes cosas. Voy á razonar su forma. Los hombres por una rareza inconcebible se avergúenzan de seguir la inclinación recíproca que la naturaleza ha dado á los dos sexos. Sin embargo, sc han dado cuenta de que en absoluto no podian ahogar su voz. ¿Qué han hecho para salir de este apuro? Han sustituído la exigencia humillante de satisfacer una necesidad con las apariencias de un afecto enteramente espiritual. Insensiblemente se han acostumbrado á entretenerse con mil pequeñeces sublimes; no era bastante y han llegado á creer que todo ese frivolo accesorio, obra de una imagi- nación calenturienta, se basaba en la esencia de su inclinación. Del amor han hecho una virtud ó, por lo menos, le han dado las apariencias. Pero des- truyamos ese prestigio y pongamos un ejemplo.

En los comienzos de su amor, dos amantes se creen animados de los más delicados sentimientos. Agotan las finezas, las exageraciones, el entusiasmo de la más rebuscada metafísica y se embriagan por algún tiempo con la idea de sus excelencias. Pero sigá- moles en sus relaciones; bien pronto la naturaleza recobra sus fueros y la vanidad, satisfecha con esas frases alambicadas, deja al corazón la libertad de sentir y expresarse, y despreciando los placeres del amor, llega un día en que esos amantes se asombran de encontrarse en el mismo punto que un campesinc que hubiera comenzado por donde ellos han termi- nado.

Una gazmoña, ante la cual yo defendía un día la