a aquella riente pareja– ¡esto se ha convertido en un paraíso!; ¡qué ojos!, ¡qué cabellera!, ¡qué risa! La una es rubia y morena la otra; pero ¿cuál es la rubia?, ¿cuál la morena? ¡Se me confunden una en otra! ...»
–Pero, hombre, ¿vas despierto o dormido?
–Hola, Víctor.
–Te esperaba en el Casino, pero como no venías...
–Allá iba...
–¿Allá?, ¿y en esa dirección? ¿Estás loco?
–Sí, tienes razón; pero mira, voy a decirte la verdad. Creo que te hablé de Eugenia...
–¿De la pianista? Sí.
–Pues bien; estoy locamente enamorado de ella, como un...
–Sí, como un enamorado. Sigue.
–Loco, chico, loco. Ayer la vi en su casa, con pretexto de visitar a sus tíos; la vi...
–Y te miró, ¿no es eso?, ¿y creíste en Dios?
–No, no es que me miró, es que me envolvió en su mirada; y no es que creí en Dios, sino que me creí un dios.
–Fuerte te entró, chico...
–¡Y eso que la moza estuvo brava! Pero no sé lo que desde entonces me pasa: casi todas las mujeres que veo me parecen hermosuras, y desde que he salido de casa, no hace aún media hora seguramente, me he enamorado ya de tres, digo, no, de cuatro: de una, primero,