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de donde la posaba, pero fue para echar el brazo sobre el cuello y hacer juguetear entre sus dedos uno de los pendientes de su novia. Eugenia le dejaba hacer.

–Mira, Eugenia, para divertirte le puedes poner, si quieres, buena cara a ese panoli.

–¡Mauricio!

–¡Tienes razón, no te enfades, rica mía! –y contrayendo el brazo atrajo a la cabeza la de Eugenia, buscé con sus labios los de ella y los juntó, cerrando los ojos, en un beso húmedo, silencioso y largo.

–¡Mauricio!

Y luego le besó en los ojos.

–¡Esto no puede seguir así, Mauricio!

–¿Cómo? Pero ¿hay mejor que esto?, ¿crees que lo pasaremos nunca mejor?

–Te digo, Mauricio, que esto no puede seguir así. Tienes que buscar trabajo. Odio la música.

Sentía la pobre oscuramente, sin darse de ello clara cuenta, que la música es preparación eterna, preparación a un advenimiento que nunca llega, eterna iniciación que no acaba cosa. Estaba harta de música.

–Buscaré trabajo, Eugenia, lo buscaré.

–Siempre dices lo mismo y siempre estamos lo mismo.

–Es que crees...

–Es que sé que en el fondo no eres más que