«Liduvina tiene razón –pensó Augusto–; esta, después que se case, y si el marido la puede mantener, no vuelve a teclear un piano.»
Y luego, en voz alta:
–Como es voz pública que es usted una excelente profesora...
–Procuro cumplir lo mejor posible con mi deber profesional, y ya que tengo que ganarme la vida...
–Eso de tener que ganarte la vida... –empezó a decir don Fermín.
–Bueno, basta –interrumpió la tía–; ya el señor don Augusto está informado de todo...
–¿De todo? ¿De qué? –preguntó con aspereza y con un ligerísimo ademán de ir a levantarse Eugenia.
–Sí, de lo de la hipoteca...
–¿Cómo? ––exclamó la sobrina poniéndose en pie–. Pero ¿qué es esto, qué significa todo esto, a qué viene esta visita?
–Ya te he dicho, sobrina, que este señor deseaba conocerte... Y no te alteres así...
–Pero es que hay cosas...
–Dispense a su señora tía, señorita –suplicó también Augusto poniéndose a su vez en pie, y lo mismo hicieron los tíos–; pero no ha sido otra cosa... Y en cuanto a eso de la hipoteca y a su abnegación de usted y amor al trabajo, yo nada he hecho para arrancar de su señora tía tan interesantes noticias; yo...
–Sí, usted se ha limitado a traer el canario