Y entró Augusto.
Llevólo la señora a la sala, y diciéndole: «Aguarde un poco, que voy a dejar a mi Pichín», le dejó solo.
En este momento entró en la sala un caballero anciano, el tío de Eugenia sin duda. Llevaba anteojos ahumados y un fez en la cabeza. Acercóse a Augusto, y tomando asiento junto a él le dirigió estas palabras:
–(Aquí una frase en esperanto que quiere decir: ¿Y usted no cree conmigo que la paz universal llegará pronto merced al esperanto?)
Augusto pensó en la huida, pero el amor a Eugenia le contuvo. El otro prosiguió hablando, en esperanto también.
Augusto se decidió por fin.
–No le entiendo a usted una palabra, caballero.
–De seguro que le hablaba a usted en esa maldita jerga que llaman esperanto –dijo la tía, que a este punto entraba. Y añadió dirigiéndose a su marido–: Fermín, este señor es el del canario.
–Pues no te entiendo más que tú cuando te hablo en esperanto –le contestó su marido.
–Este señor ha recogido a mi pobre Pichín, que cayó a la calle, y ha tenido la bondad de traérmelo. Y usted –añadió volviéndose a Augusto– ¿quién es?
–Yo soy, señora, Augusto Pérez, hijo de la